jueves, 20 de noviembre de 2008

TEATRO COLOMBIANO A LO FRANCÉS

Por: Andrés Felipe Vanegas Carmona

PARTE I


Antes de salir al escenario, Maras la directora de la obra de teatro, en la que me presentaba por primera vez, nos decía que si los espectadores empezaban a moverse y no reaccionaban algo teníamos que hacer para causar emoción. Miraba con atención a mis compañeros mientras los maquillaban, pensando en qué le decía a Maras para que no postrara sobre mí, ese lápiz de color, que deja una huella sobre el bordo de los ojos. Gracias a Dios, como diría mi mamá, no lo usó en mí.

El pequeño cuarto en el que nos preparábamos no tenía luz eléctrica. La tensión, los nervios, el suspenso, la emoción desbordada y el desespero hacían presencia en los integrantes del colectivo. Maras se notaba un tanto estresada y nerviosa. Un hombre que por la falta de luz y la concentración en mi papel, hace que su rostro se pierda en la memoria, tenía gaseosa y buñuelos para cuando la corta obra culminará. Observaba a mis compañeras, una de ellas, que en la obra se llamaría Devora, me pide el celular mientras se pinta sus labios de un rojo fuerte y seductor.

En ese momento el locutor con micrófono en mano lee el orden de las presentaciones al público expectante que llenaba el auditorio. Los recuerdos de mi dialogo pasaban por mi cabeza, pareciéndose así, a la preparación que en la pubertad tuve antes de salir por primera vez con la niña de nariz respingada y cuerpo esbelto, que hacía de la sangre de mis venas un acelerador sin freno.

El acto comenzó. Devora, Camila y Juliana, como se llamaban sus personajes, salen al escenario cada una con una silla. Devora adelante hablando por celular con su novio al que deja al instante, mientras dan una vuelta en el escenario. Camila al sentarse como si estuvieran en un aula de clase le pregunta sí ese es el novio que le quitó, y ella le responde que sí. Entonces el reclamo no se hace esperar.

En aquel cuarto oscuro, se preparaba Carlos, que actuaría como profesor, y que además llevaba pintado un bozo que en realidad causaba hilaridad. – ¿Oiga tiene un espejo? -me pregunta- yo le respondo que no -¿Pero cómo me veo?-con falsedad le digo que bien.

Entre tanto, la obra sigue, y las niñas dicen que están en clase por ver el profesor que es un “papito”. Allí sale Carlos con su bozo pintado y el afamado maletín de cuero que tienen los profesores y otro que portaba joyas, e inmediatamente las carcajadas llenaron el gran auditorio. En realidad pensé que Carlos se reiría junto al público, como lo hace normalmente, cuando se burlan de él, y en el escenario, la verdad es que se personificó un profesor poco agraciado y algo anciano, según las mujeres asistentes. Él le entregó el bolso con las joyas a Devora.

En el cuarto oscuro espero con ansiedad para salir al escenario. Sebastián y Jessica, que en la obra personifican a un tendero y una señora chismosa, están listos con sus buenos atuendos para saltar ante el público con su discurso. Los nervios siguen a flor de piel. En ese momento ya no estaba presente aquella niña de la pubertad, sino la oscuridad y el temor. Allí escucho cuando Devora le dice al profesor que tienen que hablar a solas, y las dos compañeras se fueron detrás de ella para no perderse el chisme. Salen del escenario y entro.

La primera parte de mi actuación, no tenía dialogo, mientras que la señora chismosa le compra algo al tendero. Yo voy caminando por el escenario, como si estuviera en la calle. En ese instante los nervios se habían esfumado convirtiéndose así en un sentimiento indescriptible, pero que se parece a lo que mi ser siente y palpita cuando produce radio. Aquella mujer chismosa recibe una llamada de su hija, y de inmediato voy a comprar lo que se apareciera ante mi vista donde Sebastián, el tendero, con la única intención de escuchar lo que la dama, pintada con pestañas gigantes, asemejada al guasón, hablaba con su hija.

El público no se movía, pero tampoco se reía. Jessica, la actriz de la señora chismosa, le contó al tendero que a su hija Devora le habían otorgado una clase especial con un joyero europeo, pero que las joyas que le prestaba la universidad eran de un valor incalculable. Mi personaje escuchaba con atención, y mi mente se alejaba del miedo escénico. Gesticulo, en semiótica, utilizo los códigos quinésicos, para que los mil rostros que estaban frente a mí se dieran por enterados que yo era un ladrón. Y como salida de una mala copia de chespirito, salgo del escenario dando tumbos, con rostro sonriente que se conjugaba con una mirada picara para ingresar al cuarto sin luz. Jessica, la señora chismosa, sigue platicando con el tendero, hasta que este le cobra y ella sale huyéndole a su deuda.

Lo más interesante continúa en la parte II




TEATRO COLOMBIANO A LO FRANCÉS

Por: Andrés Felipe Vanegas Carmona


PARTE II

Después de haber transcurrido la mitad de la obra en la que no juego un rol preponderante, llegó el momento en que me convertiría en el papel principal.


En el cuarto oscuro observaba cómo Devora, Camila y Juliana organizaban todo para recibir el europeo. Y en el fusco cuarto, apurado me colocaba un trapo amarillo, supuestamente denominado gabán, al que no le encontraba una de las mangas. Escuchaba a Camila que fustigaba con palabras aduciendo que ese europeo no se lo robarían. Era hora de salir. Pero antes faltaba la bufanda para asemejarme un poco más a un europeo.

Escuché con ansiedad. – ¿Será español? - ¿Será francés? - ¿O será italiano? Y el vigor me llegó. Con acento francés entro a escena y digo: -Ola niñas cómo están- Risas del publico. Siento tranquilidad porque hubo emoción. Ellas inmediatamente caen en cámara lenta sobre las sillas y suspiran. Observo a los espectadores y con fuerza uuuuuu… y vuelven las risas. Y el dialogo inicia, cuando me presento. –Mi nombre es Fabrice, ¿tú cómo te llamas?- ella contesta –Devora- y le digo –que bello nombre es muy colombiano- paso donde Camila y le huelo el cuello y afirmó que por el olor parece francesa. Sin embargo, donde Juliana el francés se choca porque es una mujer muy seria. Traté de subir el tono de mi voz, pero imitar otro acento lo complejiza.

Me doy media vuelta, mirando los rostros de los asistentes que apuntaban al mío, y por primera vez los tengo de frente. Y la valentía hace que el dialogo continúe. –Niñas yo vengo desde Francia, donde tengo muchos almacenes de joyas al igual que en Europa, y estoy aquí para dictarles una charla- Me volteo y están casi encima de mí. Vuelvo al público con mirada sorpresiva y hago un uuuuu… y de nuevo las risas. Cuando giro ya están en sus sillas. Y el discurso de un vino de la mejor cosecha para romper el hielo se ve interrumpido por Juliana que me dice que ellas están allí es para estudiar. Como un buen ladrón, observo al publico y un poco afligido les digo que era un pequeño detalle. Sin embargo, Devora la reconviene, al igual que Camila, y le dicen que no se amargue, porque los franceses son exóticos. Entonces les sirvo el vino. Y la impaciencia acompañada de miedo y nervios para ese momento se había perdido totalmente.

Les comento con acento francés -niñas cuando venía para acá, me encontré con un lugar que le dicen ustedes San Andreus, San Andris- y dice Camila –profe San Andresito- y vuelvo –aaaa…si… allá me vendieron un CD de salsu, salsi- y Juliana interrumpe –salsa profe- En ese momento se levanta Devora y me dice que me podría enseñar a bailar, y como supuesto europeo me encanta la idea. Camila sienta a la fuerza a Devora, y a su vez Juliana hace lo mismo con Camila y dice que ella me enseña. Y arremeten contra ella afirmando que es una mosquita muerta. Entonces me expreso –no se que quiere decir mosquita muerta, pero entonces mosquita muerta pon la música. Las risas regresan.

Empezamos a bailar, y las tres se turnaron al francés, es decir este narrador. Cuando ya estaban borrachas me sienta en la mitad de las sillas y se postran muy cerca a mí. Todo el mundo suspiraba. Al ver que las victimas ya estaban borrachas les dije que era mejor comprar más vino, que yo iba a comprarlo. –Niñas me llevo el maletín porque aquí tengo el dinero para comprarlo- Tome el bolso con las joyas y salí de la escena con la cara de pícaro mirando a los espectadores. Y de nuevo estoy en el cuarto sin luz.

Desde la oscuridad se veía un taxista con un español apurado porque jamás había llegado tarde a una de sus clases. El taxi falla y llaman otro. Y vuelvo a entrar en acción. Llegó en el taxi que habían pedido y acepto que lleven al español. Cuando me doy cuenta de su procedencia, mi personaje entra en pánico, y las joyas, que por un momento no encontraba, las boto al piso mientras la gente cree que se cayeron. El español las muestra al público y pregunta dónde las conseguí. Nervioso se las arrebato. Paro el taxi y me voy. El conductor, que antes fue el profesor, Carlos el del boso, me cobra y yo regreso al cuarto fusco.

En la oscuridad el placer circula mis venas, mientras la obra continúa. Espero paciente el culmen. Miro hacia atrás y los buñuelos estaban preparados para cuando los compañeros le dieran la estocada final a la escena. Vuelvo mis ojos hacia el escenario.

En él, a una niña le robaban la bicicleta, y una masa enardecida pretendía linchar al ladrón. El público seguía reaccionando positivamente. Un policía los detiene y hace alarde de su poder, mientras ellos le gritan inepto. Y del fusco cuarto vuelvo a zarpar, tomo al policía del hombro y le informo que ese ladrón es mi hermano y lo voy a llevar al hospital. El policía responde negativamente. Entonces en un tono muy colombianizado alejado del francés, le muestro una joya.

Tomo al ladrón y lo conduzco hacia el cuartico oscuro, mientras esperamos que la masa enardecida cambie de papel y de un momento a otro regresen a la tienda. La señora chismosa que tenía cierto parecido a guasón, le reclama al tendero porque sólo él conocía que su hija tenía las joyas, y alardea de lo beata que es su hija Devora, al igual que la madre de Juliana y de Camila. –Nuestras hijas no toman, ellas no rompen un plato. En el cuarto oscuro, el ladrón y yo emocionados por el éxito nos damos cuenta que el tendero les cobra y salen disparados hacia el centro. La vieja chismosa dice: -necesito un policía para recuperar las joyas. El ladrón pide un policía para que haga respetar los derechos humanos. Y yo vuelvo en tono francés –necesito un policía para que me saque de este país antes de que me roben las joyas. Y el tendero pide un policía para que le paguen las deudas. Y todos en coro -necesito un policía. Y los aplausos retumbaron.

Y de nuevo al cuarto oscuro, ahora por última vez. Tomo el buñuelo, salgo de allí rumbo a la parte exterior del auditorio, y sale de mi ser una pregunta muy popular entre los periodistas, pero que en realidad no tiene razón de ser y siempre tiene igual respuesta… Maras, ¿es más difícil estar afuera o adentro?
En fin el grupo se despidió, porque fue la primera y única obra juntos, y con la alegría brotando desde adentro, me como mi buñuelo con gaseosa que me esperaba desde el comienzo de la obra

martes, 11 de noviembre de 2008

CASCARONES DE CIELO


Cuento


Por Cristhian Mauricio Burgos Torres


Gente que camina en múltiples direcciones. Lluvia copiosa. Ausencia de sentido, de ser, de estar. De niño soñaba con ser fotógrafo, ahora que lo es desearía ver su cámara estallar en pedazos. Es más de medio día y el dinero recolectado por las fotos retratadas, a su parecer, dignas de ser publicadas en una revista europea, si a caso le alcanza para un par de cigarrillos y frituras.

En casa, el bebé lame sus manitas y sonríe a carcajadas. Nathaly prepara café y mira como si estuviera postrada sobre una hoja de papel en pleno vuelo. Tras una tarde de perros, se acerca el que podría ser el primer cliente. “Oiga, quiero una foto con este atardecer mandarina. Es para mi novia. Terminé con ella hace unos meses. Extraño el sexo blando. Además, adora los colores incandescentes”.

El bebé duerme en posición de feto, quizás extraña la calidez de aquella piscina amniótica. Nathaly tiene los labios resecos. Cuando bese de nuevo al fotógrafo piensa saciar la sed que hace estremecer su cuerpo. Admite que estar con un soldadito que juega a la guerra ha sido uno de sus peores disparates.

Tocan la puerta. No hay prisa. El tiempo es cosa del pasado. Nathaly abre. Silencio anómalo. “Hola mi amorcito”. Hombre con traje militar y piel arrugada. “Mira la cámara que te compré. Trae también mi fotografía con el fondo de un cielo color mandarina”.

De vuelta a casa. Calles empedradas. Oficio hostil. Lágrimas de languidez recorren la cara del Fotógrafo. Prefiere el fusil.

Por Cristhian Mauricio Burgos Torres.

martes, 4 de noviembre de 2008

EL TRANSEÚNTE

En muchos medios se habla de las caídas de las bolsas y desde luego sobre la crisis financiera que vive el mundo. Por ello decidimos hablar con la gente del común para saber si ellos conocen el significado de crisis económica, y los efectos que trae la misma.