jueves, 2 de octubre de 2008

ENTRE CUARTOS OSCUROS Y BESOS VACÍOS

CUENTO


Por: Cristhian Mauricio Burgos Torres

La dueña del inquilinato no lo pensó dos veces para tirar por la ventana algunas camisas y corbatas del ocupante más arruinado que jamás haya conocido. A aquella mujer, de cabello blanco y piernas largas, poco le importó que el Linceciado no haya podido conseguir empleo para pagarle los cuatro meses de renta que le debía por el alquiler de la habitación con olor a viejo y luz tenue: la 35B. Un par de horas para desocupar el resto del cuarto, eso fue lo único que le concedió la bravucona mujer al Licenciado. La situación no da para tanto. Santiago Márquez, divorciado, con 50 años recién cumplidos, opta por lo que ha hecho durante los últimos cinco años de su vida: mudarse de domicilio.


Se mira las uñas, detenidamente, las manos arrugadas, la tristeza se apodera de su rostro. Sobre la ciudad `Milagro´ cae una lluvia sempiterna, una sirena recorre las principales calles, también repica una campana, mediodía.


El Licenciado empaca su ropa en cartones, sus libros en cartones, sus pinturas y discos en cartones, la vajilla y los zapatos en cartones. La vida entera en cartones. Hay que mudarse. Empezar de cero. Firmar otro contrato de arriendo. Llevar los cartones a una pieza desconocida. Desempacar, ventilar los nuevos cuartos, habituarse al nuevo barrio y a los nuevos vecinos.



Por la esquina de la cocina corre un ratón, suena el reloj de la pared. El paso del tiempo martilla y atormenta. Transcurren arenosos segundos que se pierden y que, a su vez, provocan la extraña sensación de un futuro inexistente. La vejez se aproxima como nubes negras.

El Licenciado de rostro flaco, mirada vacía y sin ánimo hecha otro vistazo a sus uñas.Está nostálgico. Cuando tenía veinte años quería algo mejor para su vida. Continúa lloviendo. Frío que golpea la habitación.

Recoger la ropa lo ha puesto triste: “No me gusta mudarme”. Enciende un cigarrillo y deja caer cenizas sobre sus zapatos. Los dedos amarillos, un anillo en el meñique con una piedra roja. Los dientes amarillos, no tienen sonrisas hace mucho tiempo. La boca esconde un grito atroz. Canas arriba de las orejas. La correa desgastada y barata hace juego con la camisa de cuello sucio. Su frente tiene tres arrugas, una bien larga y profunda entre dos cortas y superficiales.



El humo gris que expulsa, de la nariz y la boca, cada vez que le da una calada al cigarrillo, cubre totalmente su cara. En el espejo sólo se ve un rostro borroso, igual de turbio a su pasado. El cielo de la ciudad se ve más negro. Armenia, por unos momentos, pasa a convertirse en reino de los paraguas con formas geométricas y de la burocracia sentimental. Se transforma, para Santiago Márquez, en cuna del hombre de la mirada oblicua, como lo dijo Vásconez, el escritor con ínfulas de espía.


Todos los bienes de El Licenciado en cartones. El álbum de fotos en papel amarillo debajo de láminas de plástico y polvo. Memoria engañosa. Sonrisas postizas frente a la cámara. El Licenciado posando con mujeres para todos los gustos: rubias y morochas, felinas y extranjeras, narizonas y mentirosas.



Un bosque, El Licenciado y su madre. Él tiene ocho años y una pelota bajo el brazo. No sonríe. Ojos tristes, chiquitos y negros. Madre rígida con un moño de color morado y un vestido de flores. En otra página, una playa, El Licenciado tiene quince años y se le ven las costillas. Mira desde la arena la vida soleada. Océano sin olas. Foto borrosa, en una esquina dice, “hoy me siento feliz. Amo el mar. Amo amar”.

Cierra el álbum. El Licenciado abre la ventana y recibe una ráfaga de viento en su cara. Respira. La piel necesita descanso. La vida está en otra parte. Cables de luz en el horizonte, lluvia feroz y perros mojados, calles negras y buses viejos, mendigos y mujeres gordas con tacones de colores que desentonan.

Santiago Márquez bebe café caliente. De repente, el camión de la mudanza, llega a la hora acordada, abre sus puertas, pitos, hay gritos. Dos hombres con overol suben las escaleras del inquilinato. El cuarto es el 35B, timbran dos veces, abre El Licenciado. Los tipos cargan los cartones al hombro. El Licenciado mira por última vez la habitación. Del bolsillo del pantalón saca una fotografía, la rompe y la tira con desgano.


Quedan sobre el piso: pedazos de una boca feliz, una cabellera adolescente, un beso con forma de escote, la esquina apasionada de una cadera. Se fue la lluvia, se fue el amor. El sol regresa otra vez, los cuerpos se mueven, se mudan…


Por: Cristhian Mauricio Burgos Torres

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Creo que el escrito es muy interesante. Algo importante es hecho mismo de que este se presenta en Armenia.

Anónimo dijo...

pero, los textos son periodisticos o qué... los demás muy buenos ... este como que muy suelto

Anónimo dijo...

este escrito me gusta mucho por que lo escribio una persona super inteligente y con mucha sencibilidad...

Anónimo dijo...

que chevere que se escriban textos que evoquen memorias, recuerdos...textos del alma y de la verdad, que te hagan reflexionar...me encanto!!!